lunes, 7 de julio de 2008

INTENTANDO VOLVER A SER "VIOLETA" E INCLUSO VOLVER A SER "DEMASIADO"

Hola a todos. U hola a nadie.

Ya sé que no he puesto aún enlaces a otros blogs, ni imágenes atractivas, ni nada de nada. Espero que sepáis perdonármelo. Esta nueva versión de "Demasiado Violeta" lleva varias semanas abierta, pero es como esas casas que llevan compradas desde hace varios meses, pero que aún no están amuebladas, ni hay cortinas arropando las ventanas.

Si camináis por aquí, no escucharéis otra cosa que el papel de burbujas estallando bajo las suelas de sus zapatos. No pretendo que esto sea una mudanza rápida. No me pagan lo suficiente para tener un pisito amueblado desde el primer día. Pero soy feliz, y espero que eso se note desde la primera sílaba.

Con los tres párrafos anteriores pretendía decir, sin demasiado éxito, que no me ha dado tiempo de amueblar en condiciones este blog antes de su estreno... porque la apremiante necesidad de escribir prevalece sobre las normas de la etiqueta y el decoro.

Ni siquiera es el mejor momento para inaugurar algo. Es la una de la mañana, las dos en la península ibérica. Mañana tengo que madrugar (cuando estoy de vacaciones, "madrugar" equivale a levantarme a una hora que tenga menos de dos dígitos en un reloj digital) para ayudar a mi madre a llevar a nuestra perra al veterinario.

Nuestra perra es un precioso ejemplar de pastor aleman/alsaciano; una demostración empírica de que los tipos que crearon el partido nazi también sabían crear, cuando se lo proponían, cosas muchísimo más bonitas.

Desde hace unas cuantas semanas, nuestra perrita se siente bastante mal. Se tumba por los rincones, haciendo gala de una apatía inusual en ella, se niega a comer, y se dedica a adelgazar día tras día.

Hace poco que regrese de Donosti (mi lugar de trabajo) y quedé impresionado por el cambio que se ha producido en nuestra perra. Uno la acaricia y siente cómo su mano se da de bruces contra las costillas y la médula espinal. Es como si acariciases a
el caballo esquelético de El triundo de la muerte, de Pieter Brueghel.

Contrastando de manera salvaje con el esqueletismo espectral de la perra, está su vientre hinchado, como si de un puto pez globo se tratase. Parece ser que la hinchazon se debe a un exceso de líquido, y a su vez ese exceso de líquido es el culpable de que la perra coma poco, y engorde igual de poco. Algo parecido a esos pobres críos del África tercermundista, que a pesar de estar raquíticos, tienen el vientre hinchado.

Ese exceso de líquidos en el vientre impide diagnosticar el mal de nuestra perra mediante radografías. Por eso mañana la llevaremos al veterinario, a primera hora de la mañana. En el veterinario la rajarán para comprobar de primera mano si tiene algo grave o algo fácilmente solucionable.

Pero mañana es un país lejano. Un país que se encuentra al otro lado del interminable túnel que brota por debajo de la almohada.

Por un lado, a uno le sale la vena optimista: En estos últimos días, la perra está más animada, más activa; come más, parece menos flaca, y su actitud es menos cabizbaja. Eso no deja se ser un panorama esperanzador.

Por otro lado... ¿qué pasaría si, a pesar de ello, los veterinarios encuentran en la perra el tumor que esperan encontrar? ¿No sería desolador comprobar que los progresos no importan? ¿Que el ansia de vivir no importa? ¿Que el hecho de que la dama de la guadaña te reclame no tenga nada que ver con las ganas de vivir que muestres, ni con tu maldito nivel de bienestar?

Y la cosa no termina ahí: porque uno no puede evitar pensar que si el destino es así de cruel con una perra, mañana mismo nos puede tocar a nosotros mismos, o a cualquiera de nuestros seres queridos. No creo que Dios distinga entre mi perra y cualquiera de nosotros. De hecho, creo que mi perra vale mucha más que muchísimos de nosotros.

Creo, sinceramente, que experiencias de este tipo deberían enseñarnos a valorar más y mejor la vida. Ya sé que suena a topicazo, pero los tópicos se convierten en tópicos porque tienen la mala fortuna de encerrar verdades elementales en sus entrañas.

Cuando en su día leí/me tragué "El código del samurai", lo que más me llamó la atención fue la más elementa de sus máximas: "El samurai encuentra el sentido de su vida porque tiene siempre la muerte presente".

En esta suciedad no nos educan para tener en cuenta la muerte. Nos enseñan a "mirar para otro lado", y a perder el tiempo, fingiendo con una ingenuidad naïf (valga la puta redundancia) que el tiempo es infinito.

Aunque esa chorrada de "carpe diem" suene también a tópico, quizá tendríamos que hacerle un poquitín de caso de vez en cuando. Nos pasamos la vida jodiéndonos el 90% de nuestra existencia para alcanzar metas lejanas (metas que, en muchos casos, satisfacen más a otras personas que a nosotros mismos). Tal vez ha llegado el momento de reconocer que las únicas metas que merecen la pena son aquéllas a las que se llega a través de un camino en el que cada peldaño nos hace disfrutar tan intensamente como la propia meta, en el que cada segmento nos hace sentirnos tan infinitamente vivos como el "premio" que buscamos al final del trayecto.

Si no disfrutamos en el proceso igual o más que en el final... es porque estamos haciendo algo mal. O bien hemos elegido la meta inadecuada, o bien estamos andando el camino con la actitud errónea.

¡¡No os asustéis!! No pretendo ser tan profundo y embajonante en este nuevo blog. Espero que sea como tantas otras creaciones del ser humano: Uno planta una semilla en terrenos abonados por la sangre, el miedo y el dolor, y al final, termina brotando algo hermoso. Y eso es (si se me permite el arranque pretencioso) lo más mágico que tiene el ser humano.

Hoy, por recomendaciones de mi jefe, he empezado a ver la serie "Los soprano". Sólo llevo tres capítulos, pero ya me estoy encariñando con la serie. Creo que es más difícil engancharse a "Los soprano" que engancharse a series como "24" o "Weeds", porque "Los soprano" apuesta por una línea bastante más sutil, y parece ser que apuesta por crecer más poco a poco, como una planta. Pero puede que esa planta termine convirtiéndose en una secoya.

Supongo que hay series que son más fáciles de digerir, como una sangria, o un mojito. Otras series, sin embargo, son como Jack Daniels, o un Chivas sin hielo. Hay que consumirlas más despacio, con cierta dosis de paciencia, pero si uno tiene el paladar educado, saborea la bebida en condiciones.

Vaya si la saborea...