viernes, 31 de octubre de 2008

¡¡EL HORROR!! ¡¡AH, EL HORROR!!

Es muy barato. El más rudimentario, no creo que cueste más de un euro o dos.

Muy facil de conseguir. En cualquier tienda de chinos los tienes a cientos.

Acojonantemente útil.

Indispensable para el buen funcionamiento de nuestra civilización.

Pero es es como el agua, o la electricidad: Estamos tan acostumbrados a su presencia, que sólo lo apreciamos de verdad cuando, de repende...

... nos mudamos a una casa nueva y descubrimos con horror...

... que no tienen uno de estos.




miércoles, 29 de octubre de 2008

ALIVIO, TERROR Y DINAMITA



Hoy ha sido uno de esos días en los que un montón de asuntos pendientes parecen resolverse de golpe, al estilo "final de temporada" de una serie comercial.

Tres o cuatro subtramas que pintaban muy negro, y terminan demasiado violeta.

Un ejemplo de a qué me refiero: Al final no tendré que pasar tres semanas en una pensión. Me mandan directamente al piso en el que (se supone) me quedaré durante el resto de la temporada. No es el mejor piso del mundo, ni la mejor zona de Donosti, pero mejor eso a que intenten sodomizarme con un cactus untado en estiércol (contigencia que, a estas alturas, no me atrevería a descartar).

Acariciaba la idea de aprovechar este fin de semana para escapar a Madrid o "cualquier otro lugar" pero teniendo en cuenta que el viernes me espera una mudanza, me lo he pensado dos veces (número de veces que constituye un record en un maldito piscis como yo).

Por otra parte, este fin de semana se inaugura la semana de terror de San Sebastián, y se trata de un evento que esperaba con más ansias que el archifamoso festival del mes pasado. Porque el terror es la niña de mis ojos, y porque confío en que el evento le dé más ambientillo a esta maldita ciudad. Un ambientillo más "salao" que la mugre que suele venir al puto Zinemaldia.

Y ahora, una indirecta para el par de personas que leen este blog y que a última hora han decidido no venir por razones de pasta: Sois unos cabrones. ¡Me apetecía veros!

En otro desorden de cosas, ayer o anteayer (mi percepción del tiempo se derrite cual reloj de Dalí) estaba yo tomándome una caña en un bar, mientras asistía a un espectáculo bastante turbio: Un padre de unos cuarenta años intentaba explicarle a su hija de cinco o seis años qué era la dinamita.

Lo más chungo del asunto... es que la caña era Cruzcampo.

¡A ver cuándo prohíbe la puta cruzcampo el Ministerio de Sanidad! Dicen que la industria cervecera está viviendo su mayor crisis en mucho tiempo. Yo sostengo la teoría de que eso es porque en la mitad de los bares de este puto mundo sirven Cruzcampo.

lunes, 27 de octubre de 2008

EL ARGUIÑANO BELGA ENSEÑA A PREPARAR LOS PLATOS FAVORITOS DE ADOLF HITLER


No suelo hacer lo de "cortar y pegar", pero esta noticia del diario 20 Minutos es ACOJONANTE:

EL ARGUIÑANO BELGA ENSEÑA A PREPARAR LOS PLATOS FAVORITOS DE ADOLF HITLER

Jeroen Meus prepara ya el programa de cocina que se emitirá en la televisión belga en el que se describen las recetas favoritas de Hitler.

El programa, que aún no se ha emitido, llevará al cocinero por diferentes escenarios claves de la vida del dictador alemán recreando sus platos preferidos.

Hitler que, como señala un artículo de The New York Time en 1937, era vegetariano pero de vez en cuando consumía jamón, caviar o chocolate a menudo disfrutaba de una receta que el cocinero describe a Daily Mail como un "suculento festín": trucha asalmonada con crema de mantequilla.

Voces en contra

Sin embargo, la inminente emisión del programa ha creado gran controversia en Bélgica, ya que como apuntan algunos medios, podría convertir la figura de Hitler en algo banal, que podría mandar un mensaje equivocado a las generaciones más jóvenes.

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¿Es o no es la hostia?

domingo, 26 de octubre de 2008

ADORO A VICKY, ME PONE CRISTINA, ME INTRIGA BARCELONA


Por fin la he visto, y me ha gustado. Mucho, Por mucho que se empeñe, o por mucho que se empeñen los demás, Woody Allen no sabe no gustarme.

Vicky, Cristina, Barcelona es una película BONITA. Así, con todas las letras de la palabra.

Bonita, sencilla, muy humana, muy luminosa. La fotografía (Javier Aguirresarobe) es preciosa, la realización está bastante bien, los actores aplaudibles, que ya es mérito, después del listón tan alto que siembran esos nombres, y toda esa cizaña de la prensa.

Nadie me había preparado para asumir el hecho de que el personaje que me iba a conquistar, era el de la actriz más desconocida del reparto, Rebecca Hall, que encarna a Vicky.

Una película sobre las diversas formas de enfocar una relación sentimental, que toca todos los palos, sin pretender juzgar ninguno de ellos. Un aborda los temas de Maridos y mujeres, pero con el desenfado de Todos dicen I Love you.

Una peli sin grandes estruendos, algo así como si Erich Rommer tuviese la suerte de trabajar con un titán de la fotografía como Aguirresarobe.

Si aún no la habéis visto, moved el culo, corred hacia la sala de cine, antes de que la quiten, que no le debe quedar mucha vida comercial a la pobre.

La gente que la ha puesto por los suelos ha sido injusta. Me parece comprensible que esta peli pueda no entusiasmar a alguien, pero me cuesta creer que pueda caer mal a quien sea.

Penélope Cruz (que a pesar del tramposillo cartel no interpreta ni a Vicky ni a Cristina) está increíblemente bien. Aunque sea la que menos sale, posiblemente sea también, y a pesar de ello, la indiscutible reina de la peli.

Pero yo me quedo con Vicky. ¡Ay, Vicky!



P.D: Por favor, si tenéis la opción, ¡vedla en versión original, por favor! Tiene el inglés y el español tan bien mezclados que el doblaje sólo puede cagarla. Además, los actores están muuy bien.

sábado, 25 de octubre de 2008

UN PLANTEAMIENTO ESCÚPIDO

Todo empezó con un científico.

Es peligroso ser científico. Peligroso para ti, y para el resto del mundo. Porque empiezas a investigar, y el microscopio te susurra cosas, y en el fondo da igual si son verdad o mentira, el simple hecho de ser cosas jode el mundo, porque el microscopio las amplía, las convierte en Godzilla, les da poder para arrasar ciudades, matar sueños, eclipsar lunas, pisotear los corazones de la gente.

Pero el científico no es el protagonista de esta historia. Lo único que os interesa saber sobre él, es que cierto día se asomó al microscopio, y tuvo la osadía de advertir que el Amor se reducía a un hatajo de procesos químicos, que el sentimiento más noble de los seres humanos era un pastiche de inexplicable y vil materia y, como todo lo material, está avocado a no durar eternamente.

“El amor dura tres años”.

Esa fue la conclusión de nuestro cruel científico, y así la publicaron los periódicos, y así la leyó Martín en el vagón de metro que lo llevaba hacia el trabajo. Lo irónico del asunto fue que un artículo como aquel, confeccionado para asesinar al Amor, engendró amor en un terreno tan inhóspito como aquel vagón. Porque al lado de Martín estaba Rosa, haciendo lo que se suele hacer en los viajes de metro: Leer por encima del hombro del viajero de al lado.

De ese modo, “el amor dura tres años” se convirtió en excusa para iniciar una conversación entre desconocidos. Tres paradas más tarde, Martín sabía que le gustaba Rosa, y Rosa tenía ganas de saber si le gustaba Martín. Terminaron cambiando el vagón por una cafetería. Tres días después, cambiaron la cafetería por un cine, y tres horas más tarde, cambiaron el cine por la cama.

Fue todo tan sencillo, que no tardó en convertirse en algo serio.

Pero sobre aquella relación gravitaba la frase con la que había comenzado todo… “El amor dura tres años”. Algo que Martín y Rosa fueron incapaces de ignorar.

Ninguno de los dos quería descubrir demasiado tarde que la relación se tambaleaba como un muerto viviente, y suplicaba con su aliento podrido un disparo en la sesera. Así que llegaron a un acuerdo, una eutanasia, un parche antes de que saliera el grano.

Tres años, ni un día, ni un minuto más.

Cuando llevaran juntos tres años, cortarían, y cada uno se marcharía por donde había venido. Independientemente de lo bien que estuviesen (o prometiesen estar) las cosas entre ellos.

No sé cuál de los dos propuso esa locura, pero al otro le pareció bien, y ambos programaron la alarma de sus móviles, para hacerla sonar un día concreto: el día del tercer aniversario.

Y hay que decir que aquella cuenta atrás convirtió la relación en algo mágico. La certeza de la caducidad hacía cada segundo más intenso. Cada vez que Martín y Rosa se miraban, cada vez que comían, cada vez que se recorrían el uno al otro entre las sábanas, lo hacían con la pasión y con la entrega de quienes saben que nada dura eternamente.

Incluso en los momentos más difíciles, aquella finitud era un alivio. Cada vez que llegaba una pelea inevitable, Martín se reconfortaba diciéndose a sí mismo, “ya quedan menos de dos años, ten paciencia”. Cada vez que Rosa soñaba con hacer otras cosas, con probar otras vidas, se consolaba recordando que su situación actual era finita, que cierto día sonaría una alarma, y el mundo comenzaría de nuevo, virgen y reluciente, envuelto para regalo, y desenvuelto para estrenar.

Esa clase de pensamientos, contrariamente a lo que puedan opinar algunos, les unían mucho, muchísimo más que el rancio sabor de un “para siempre”.

Y cierto día, con precisión científica, indolente, dos alarmas sonaron al unísono.

El final de la cuenta atrás les sorprendió en su mejor momento o, como mínimo, en un momento tan bueno como cualquier otro. A Martín no le apetecía dejar la relación. A Rosa tampoco. Pero una promesa es una promesa, y los dos coincidieron en que era mejor despedirse en esas circunstancias, con buen sabor de boca, con recuerdos más luminosos que sombríos.

Se dijeron adiós con una cena, en uno de esos restaurantes que significan mucho para ambos por razones que nadie más entendería. Rosa pidió un hojaldre relleno de no sé qué. Martín pidió unos canelones rellenos de paté. Terminaron de cenar, y llegó la hora de pagar la cuenta.

“Te voy a echar de menos”, dijo ella. “No sé qué haré sin ti”, confesó él. Y decidieron hacer trampa. Porque… si dejaban pasar un tiempo, y después de ese tiempo volvían a estar juntos, ¿no era eso como poner el contador a cero?

Volvieron a programar las alarmas de sus móviles, para que sonasen cierto día de cierto mes, cuando (una vez más) hubiesen transcurrido tres años exactos. Si después de esos tres años los dos estaban sin pareja, volverían a verse.

Mientras tanto, se dijeron adiós.

Durante los primeros meses se mantuvieron fieles al recuerdo del otro, que era algo así como ser fieles a sí mismos. Más temprano que tarde, sin embargo, Rosa conoció a un tipo agradable, buena gente, que se ganaba la vida conduciendo la grúa que se llevaba los coches que aparcaban mal. Más tarde que temprano, Martín también encontró el amor, o algo que se le parecía demasiado, y empezó a salir con una chica risueña, más guapa que fea, acuario ascendente no sé qué.

Los dos fueron felices (o algo parecido) en sus nuevos noviazgos, pero ninguno de los dos se acordó de desconectar la alarma de su móvil, porque ninguno de los dos quiso acordarse.

Y aunque Martín sabía que volver con Rosa ya no era viable… y aunque Rosa sabía que Martín ya no tenía hueco en su vida… a veces Martín pensaba en Rosa, y Rosa se acordaba de Martín, Martín se preguntaba qué tal y cómo y dónde estaría Rosa, Rosa se masturbaba invocando la imagen de Martín, sin saber que en ese preciso instante Martín hacía lo mismo.

Cada vez que Martín salía a comer con su novia, pedía canelones rellenos de paté, porque el sabor le recordaba a Rosa. Porque esa clase de detalles eran lo único que se podía permitir. Una ración homeopática de Rosa. Pasar de ahí equivalía a complicar su vida, y era una vida que funcionaba bien.

Cierto día, la sobredosis de canelón de paté en las venas de Martín pasó factura. Salió por la boca de metro, y sintió un insistente dolor en el brazo izquierdo, tras ese dolor, llegó el infarto.

La ambulancia corrió hacia el hospital como si el diablo le pisara los talones, pero no pudo llegar a tiempo para salvar a Martín, porque atropelló a una mujer por el camino. Esa mujer era Rosa que, sin saber por qué, decidió (algo impropio de ella) cruzar la calle mirando sólo hacia el lado izquierdo.

Ese mismo día, dos alarmas de móvil sonaron al unísono, pero sus dueños no las pudieron oír. Estaban muertos.

Donosti,
a 25 de octubre de 2008

COMER DESPUÉS DE LEER


Esa cosa que ven sobre estas letras es mi primera experiencia mi propia pasta fresca.

Soy un amante de la pasta. Amante obsesionado. Si la pasta fuera una mujer, probablemente la llamaría a las cinco de la mañana, escucharía su voz y colgaría. La espiaría con unos prismáticos a través de la ventana, y robaría su ropa interior para olerla mientras...

Bueno, basta.

Intentaba decir que adoro la pasta. Adoro comerla y cocinarla. Podría pasarme una semana entera almorzando y cenando pasta, y la sé hacer de tantas formas distintas que a lo largo de esa semana no repetiría una receta. Si no lo hago, es por cuestiones de salud, sentido común, o que la pasta ya ha conseguido que el juez firme una orden de alejamiento que me impide acercarme a ella más de tres o cuatro veces a la semana.

Uno de esos sueños de andar por casa que tenía era el de hacer mi propia pasta fresca. Hacer mi propia masa, y darle la forma con mis propias manos. Nunca me había animado a intentarlo, pero el otro día mi amigo Josep me convenció, contándome cómo lo había hecho él, y lo fácil que le había resultado. La pasión de Josep por la comida es (como buen tauro) del mismo tamaño que la mía (como mal piscis que soy).

Pues bien, ayer por fin tuve tiempo suficiente para hacer un primer intento. Huevo, harina, aceita, sal, un poco de agua y un mucho de paciencia.

No he tenido precisamente la suerte del principiante. Con mi manía de calcular las cantidades a ojímetro, la primera vez nunca es perfecta. Mi intuición me dijo que a aquella masa le faltaba harina, y era cierto. Así que añadí más harina y, obviamente, al final me pasé con la harina.

A pesar de ello, el resultado era comestible, incluso grato. Y si tenemos en cuenta que durante la experiencia decubrí que esta cocina no tiene rodillo de amasar y tuve que sustituirlo por un cuchillo, no puedo quejarme.

Seguiré practicando, hasta que mi pasta fresca sea la mejor pasta fresca en veinte metros a la redonda. No sé cuándo podré seguir con ello, porque la semana que viene me mandan tres semanas a vivir en una puta pensión. Alguien en nuestra productora debe pensar que la estabilidad y la calidad de vida son nocivas para la creatividad de los guionistas.

Para olvidarme de toda esa mierda, me fui (por fin) a ver la última peli de los Coen (Quemar después de leer).



Está tan bien rodada como siempre, llena de momentazos, fotografía curradísima, como siempre (en los créditos finales descubrí que era del puto Lubetzki) interpretaciones lo suficientemente grotescas para conquistarme... A pesar de todo, no sé si la peli me ha gustado o no. Si incluso hay cosas concretas en la peli que me encantan y me aburren a partes iguales... Es un poco como mezclar Fargo con Crueldad Intolerable, amasar durante un rato, descubrir que hay poca harina para tanto huevo, echar más harina, pasarte con la harina, pero luego resulta que a pesar de todo está rico, y tiene personalidad, y encima te lo comes y te gusta.

Recomiendo ir a verla. Además, la última secuencia de la peli es de las cosas más desternillantes, anticlimáticas y Coen que he visto en muchos meses (encima con J.P Simmons, aka señor Jameson). Creo que yo era el único que se reía en la sala, pero me importa un bledo.

Y antes de que termine el fin de semana tengo intenciones de ir a ver Transiberian y de tener mi cita ineludible con Vicky, con Cristina, con Barcelona y con Woody Allen, que aunque la gente esté poniendo a parir bastante la peli, es muuuuy difícil que Woody Allen me defraude del todo.

También me he empezado la tercera temporada de 24, cortesía de mi amigo Íñigo, y no he podido evitar acordarme de aquella brillante parodia que hizo en su día el señor Vigalondo para los Chanantes:

viernes, 24 de octubre de 2008

SI ES QUE TENÍA QUE PASAR


Los que me llevéis aguantando desde los tiempos de BLOGGING NUTS, probablemente recordaréis aquella gamberrada que montamos con el concurso de JUANJO Y EL PRODUCTOR IMPASIBLE.

Lo bonito del Productor Impasible era su habilidad para rechazarme proyectos cinematográficos que nadie se atrevería a producir.

¡Falso!

Ayer me escribió La tumba sin nombre para informarme de que unos insensatos han materializado uno de los proyectos del Productor Impasible. Y no un proyecto cualquiera, sino una de las pelis más queridas por nuestro escueto público. Me refiero al proyecto que quedó segundo en el ranking de votaciones:

GRAN HERMANO BAJO EL TERROR DE LOS ZOMBIES

Si no os lo creéis, pinchad en ESTE ENLACE que me ha pasado César.

También se está haciendo algo parecido a Iron Reich, y a raíz del concurso conocí a dos artistas que están desarrollando algo similar a Reptiles del espacio exterior.

Eso significa que todavía hay esperanza para el cine. No estamos solos en el universo. Jódete, Productor Impasible.


martes, 21 de octubre de 2008

POLIZÓN


Los mosquitos de Fuerteventura son distintos a los de cualquier otro lugar. Son más oscuros, más compactos, más pequeños que los de aquí, tal vez más grandes que los de allá...

Comparten con sus demás compañeros de gremio una odiosa costumbre; la de aprovechar ese mágico instante en el que estás a punto de quedarte dormido... y entonces... sólo entonces... irrumpir en tu madrugada con un vuelo rasante de avioneta desafinada, joder tu sueño con un efecto dopler, cosquillear mejilla, frente y ojo al mismo tiempo...

La picadura de los mosquitos majoreros es relativamente amable. La marca y el picor desaparecen un par de horas después de la agresión. Uno casi prefiere que le piquen hasta reventar, con tal de que no se acerquen a tu oído... con tal de que te dejen conciliar el sueño...

Definitivamente, los mosquitos de Fuerteventura son distintos. Los reconocería con los ojos cerrados. De hecho, eso fue lo que ocurrió la noche pasada. Intentaba conciliar el sueño, y no era fácil. Justo entonces empezó a oírse el zumbido, para más inri. El mismo zumbido que emiten los mosquitos de mi isla. Ese insistente trompeteo que (ayer lo volví a demostrar) reconozco hasta con los ojos cerrados.

Me extrañó.

Porque yo estaba intentando dormir en Donosti, y ese ruido pertenecía a una isla (mi querida isla) situada junto a la costa de África, a miles de kilómetros de distancia.

Encendí la luz. Lo vi. Allí estaba el muy cabrón, posado en la pared, a veinte centímetros de mi oreja. La imagen y el sonido coincidían. Era un puto mosquito de Fuerteventura. ¿Qué coño hacía en Euskadi?

Intenté matarlo. Fallé. El desconcierto me hizo torpe. El chupasangres utilizó sus habilidades ninja para disolverse en el aire.

Me resigné, apagué la luz... y sumé a las dos o tres preocupaciones que alimentaban mi insomnio una preocupación número cuatro. La misma de hace un par de párrafos: ¿Qué coño hacía un mosquito majorero en mi habitación de Donosti?

La respuesta llegó pronto. Brilló en la oscuridad como una palomita de maíz:

He pasado este fin de semana en Fuerteventura. Mientras estuve allí, dejé mi mochila abirta de par en par. Probablemente, uno de los mosquitos de mi isla se metió en el interior de esa mochila, y se quedó encerrado en ella. De ese modo, se convirtió en involuntario polizón. Se subió conmigo a dos aviones, a un taxi, y a un tercer piso de un edificio donostiarra.

Odio a los mosquitos, pero aquel en cuestión, una vez hube determinado su origen, sembró en mi corazón una larva de algo que parecía cariño.

Tiene cojones que exista algo que te joda en Canarias, y que te alegres de encontrarlo en Donosti, por el simple hecho de que remite a tu isla.

Me alegré de no haberlo matado. Y poco después me arrepentí de haber fallado el golpe. Un mosquito canario en Donosti... Si no perece de un manotazo, fallecerá de aburrimiento. En estas circunstancias, negarle una ejecución veloz, precisa, expeditiva... es pura crueldad.

En otro orden de cosas: El otro día me terminé (por fin) El palacio de la luna, de Paul Auster. Qué bien escribe ese hijoputa... y qué fácil hace que parezca...

viernes, 17 de octubre de 2008

COSAS SIN IMPORTANCIA QUE ME IMPORTAN


Sé que os tengo un poco abandonados, pero me consuelo pensando que pasáis por aquí con tan poca frecuencia que ni siquiera lo notáis.

Pretendía actualizar hace unos cuantos días, pero he ido dejándolo pasar debido a circunstancias personales, profesionales y otras cosas que no empiezan por "p" ni terminan por "s", pero que bien podrían terminar por "s" y empezar por "p".

Pero ahora no tengo excusa para seguir en silencio, porque me he venido a pasar el fin de semana a mi isla, y aquí, en Fuerteventura, como dirían mis amigos canarios, "un minuto tiene sesenta segundos, y una hora tiene sesenta minutos".

Así que aquí estoy, aprovechando semejante sobredosis de tiempo para acaparar el ordenador de mi señora madre y (el teclado en una mano, un delicioso botellín de cerveza Tropical en la otra) relatar un batiburrillo de reflexiones y sucesos que, expuestos en su día, habría resultado mínimamente coherentes, pero que a estas alturas carecen de sentido.

La última vez que supísteis algo de mí, la idea era fugarme a Madrid y descansar un par de días de este coñazo de Donosti (la ciudad de los donostiarras es algo parecido a esas bolas de cristal que, cuando uno las agita, cae la nieve sobre cuatro casas de juguete. Pero en vez de nieve es lluvia, y uno se harta de las casitas de juguete, y necesita romper las murallas de cristal una vez al mes, para así conservar los puntos de cordura).

Elegí el autobús como medio de transporte, porque es más expontáneo (y más barato) que el avión o el tren. No basta con escapar. También es necesario que el rito de la fuga nos recuerde que podemos hacerlo siempre, de buenas a primeras, cuando nos venga en gana.

Los viajes "Euskadi-Madrid" por carretera son edificantes, porque te ayudan a cultivar el don de la paciencia. Seis horas sentado en el interior de una caja de metal dan para mucho. En mi guagua (o autobús) viajaban dos o tres monjas. En algún punto entre Donosti y Vitoria, una de ellas sintió la llamada de la naturaleza, se levantó y se encerró en el cuarto de baño del vehículo. Me impresionó pensar que esa esposa de Dios podía estar cagando en el báter del autobús. No soy un especímen especialmente católico, pero la imagen de una monja arremangándose los hábitos y echando un tordo a 120 kilómetros por hora amenaza con desmoronar todos los cimientos de cualquier cosa que haya conseguido plantar cimientos en un alma tan estéril como la mía.

Pero lo que más me conmovió en ese viaje no fue el hipotético tarugo de la sor anónima, sino el encontronazo, cara a cara, con un viejo amigo de la infancia.

Me refiero a ese colega que no era perfecto, que te daba más disgustos que alegrías, pero aun así le seguías invitando a todas tus veladas, a ese cabrón que se meaba en tu cara, pero tú no le mandabas a tomar por culo porque no tenías a nadie para sustituirle.

Estoy hablando, naturalmente, del VHS.

¡¡¡Sí!!!

Las películas que emiten en los autobuses siguen siendo de VHS. Nadie se ha molestado en remodelar las guaguas, y cada vez que uno se monta en esas masificadas máquinas del tiempo experimenta una regresión, se estampa de bruces contra épocas pasadas. Estímulos visuales que remueven algo en tu estómago. Esos churretes hormigueantes de color gris que titilan en la imagen, esos rótulos de REW y EJECT en la esquina superior derecha del monitor, esa manera zafia de recortar las pelis, de mutilarlas de manera impía hasta que alcancen las proporciones del formato 4/3.


El VHS es la magdalena de Proust de nuestra generación. Uno lo saborea y, de repente, escucha a Cindy Lauper a través de los esponjosos auriculares de un walkman.

La peli que pusieron pa amenizar el viaje era "A propósito de Henry". Me negué a verla. No porque no me gustase. Fui a verla al cine cuando se estrenó, y salí muy contento de la sala. Pero su director, Mike Nichols, es un tío que compone los planos como Dios, y po reso mismo resulta muy doloroso ver una peli suya con el formato panorámico recortado, sodomizado, mutilado... para hacerlo encajar en esa puta pantalla de 4/3.

Así que amenicé el viaje poniendo en mi mpeg3, o 4 o infinito... un hilo musical de Sabina, Extremoduro, Platero, Fito, Los Rodríguez... y leyendo un par de cuentos de Roberto Bolaño, un tipo que me está admirando, pero que no consigue conquistarme.

Y Madrid...

Madrid fue (como siempre) un cóctel de encuentros y reencuentros, cervezas y gin-tonics, Callaos y Malasañas y, por encima de todo, un reafirmarse en dos o tres declaraciones de intenciones, la más importante de ellas: regresar a esa ciudad algún día, en el comienzo de una nueva etapa, que llegará Quién sabe cuándo, pero que espero que sepa cuándo Quién.

Y después de Madrid... trabajo, reflexiones, escritura... pasajes negros, blancos y violetas. Leer a los maestros, dejar que te escupan en la boca, mezclar esa saliva con tu flema y... tragarse los más bello, escupir sin piedad lo más abyecto...

Y cambiar, cambiar, cambiar... cerrar unas puertas, abrir otras, doblar esquinar, arrojarse por un acantilado con los ojos vendados.

Pero sobre todo, y por encima de todo, cambiar.

Poner punto final a algunas relaciones, punto y aparte a otras, algún punto seguido cuando cuadra, y algun millar de puntos suspensivos, que aunque no lleven a ninguna parte, le ayudan a uno a estar en movimiento.

Y al final todo se reduce a símbolos triviales: Comprar unos zapatos nuevos, tirar a la basura calcetines recién agujereados, decidir que no te metes en la cama hasta acabar el primer capítulo de tu nueva novela, pasar todas las mañanas por esa calle en la que te asalta un repartidor muy amable que te ofrece el "QUE", y rechazarlo, porque ése es uno de los ejercicios más valiosos y complicados en esta puta vida: Aprender a decir NO.

Mi vida sería muy distinta si hubiese aprendido a decir NO en ciertas ocasiones del pasado, pero me consuelo pensando en lo bonito que fue cuando dije un par de veces SÍ.

Y el pasado es una caja de cartón, esperando a que Pandora las destape, para lincharla a besos, y el presente es una encrucijada ¿cuentos, novelas, cine, guiones, ellas? y el futuro... el futuro es una zanahoria que cuelga eternamente a medio metro por delante del asno, y lo cierto es que la puta zanahoria me la suda... pero más allá de esa zanahoria... seguro que hay algo.

lunes, 13 de octubre de 2008

POR FIN SERÁ POSIBLE QUE CHEWBACA SODOMICE A LA PRINCESA LEIA MIENTRAS VADER APORREA UN XILÓFONO



¡Muy buenas!

No tendré tiempo de actualizar con calma hasta (posiblemente) esta noche. Pero mientras tanto quiero colgar esto aquí, porque es urgente e importante:

Kike ha organizado un concurso en el que os invita a fingir que jamás existieron ni El imperio contraataca ni El retorno del Jedi. Lo único que existe de Star Wars es la primera peli. ¿Cuál es vuestro cometido? Completar la trilogía como os salga de los huevos. Hacer dos sinopsis de dos hipotéticas pelis, mostrando cómo habríais continuado vosotros la saga.

Para explicarlo en condiciones, aquí tenéis las propias palabras de Kike.

miércoles, 8 de octubre de 2008

PONGA UNA CHICA DEL AUTOBÚS EN SU VIDA


El hombre es caos, pero teme al caos. Por eso se inventa la estabilidad. El asunto de la estabilidad nos conduce a crear un mundo de horarios estables. Casi todos entramos a trabajar todos los días a la misma hora.

Eso, a su vez, implica que todos los días coges el autobús a la misma hora. Cogerlo a la misma hora, implica que todos los días compartes un cuarto de hora de tu vida con un puñado de gente que no conoces, pero que reconocerías en cualquier otro lugar. Están los dos o tres conductores de siempre, el sempiterno viejo cascarrabias, la mujer feúcha que recuerda a tal actriz, el pre-púber grupito de estudiantes, el tío que parece extranjero hasta que un buen día le escuchas decir algo con perfecto acento español...

Y entre todos ellos, y por encima de todos ellos, está la chica del autobús.

La "chica del autobús" es esa chica que te alegra la mañana. No suele ser la más guapa del vehículo, ni siquiera la más escultural. Pero es distinta. Hay en ella un algo intangible que se traduce en mil detalles tangibles que conspiran para llamarte la atención.

Es bajita, sencilla, lo suficientemente seria para alimentar el misterio. Lleva el pelo corto, con la longitud estrictamente necesaria para poder derramarse de la manera adecuada. Y rozar las mejillas, y humedecerlas en los días de lluvia. Curvas emocionantes, pero sin riesgo de accidente mortal.

Lo bonito de la "chica del autobús" es que no existe. Es una chica buffet. Uno se la construye a su gusto. Es un jarrón vacío en el que volcar todo aquello que uno necesita para afrontar con energías la mañana, y el resto del día. Una especie de desayuno para el alma.

A veces uno siente la tentación de preguntarle el nombre, el color favorito, el signo del zodíaco. A veces uno se pregunta a qué sabrá su voz. Pero la respuesta a esas preguntas haría que el hechizo estallase en mil pedazos. Invocar a la "chica del autobús" en el mundo real es convertirla en cenizas o, pero aún: permitir que dicho mundo real rellene el jarrón con lo que a él le salga de los santos cojones.

Es mejor vivir en la excitante ignorancia. Limitarse a las deducciones estúpidas, a los pequeños indicios que te hacen suponer que la "chica del autobús" tiene miedo de la aventura y los factores imprevistos, porque de lo contrario no cogería el autobús para cubrir un trayecto de sólo dos paradas. O deducir que se trata de un ser vulnerable, que no se siente seguro dentro del autobús. Porque de lo contrario, no se quedaría todo el rato tan cerca de la puerta, para no mezclarse con el resto del vehículo... para poder huir en cuento se abran las puertas. O llegar a la conclusión de que el mundo es un campo de batalla para ella, y por eso lleva un bolso tan grande, en el que caben tantas cosas, tantos artículos de supervivencia que uno podría necesitar en el momento más inesperado. Un bolso de tela acolchada, en el que uno incluso podría zambullirse y extraviarse cuando las cosas se ponen realmente feas.

Y un buen día, sin previo aviso, "la chica del autobús" desaparece, y la parada del autobús es un islote desangelado y frío. Y nadie se molesta en darte razones. Puede que hayan despedido a la "chica del autobús" de su trabajo, puede que le hayan cambiado el turno, puede que tú mismo hayas cambiado tus horarios sin darte cuenta...

Cuando eso ocurre, no hay más remedio que elegir a otra "chica del autobús", para seguir sobreviviendo, o malviviendo, o aguantando a duras penas hasta el próximo asalto.


domingo, 5 de octubre de 2008

BATASUNIS ¡KÉ PROFESOR!

El jueves pasado, la audiencia no nos acompañó tanto como en otras ocasiones. Y fue una pena, porque creo que el programa salió muy bien. Incluso mejor que en otras ocasiones.

Es una ley cruel que suele cumplirse: Cuanto más satisfecho estás con el resultado, menos gente te ve.

Como homenaje a ese programa que tuvo que conformarse con un quince y pico de share, voy a colgar aquí uno de los contenidos del mismo, aprovechando que lo he encontrado en el youtube.

Se trata de una entrega de nuestras marionetas borrokas, los Batasunis. En este episodio, KÉ consigue trabajo como profesor en un instituto, y está a punto de descubrir los frutos de nuestro maravilloso sistema educativo.

viernes, 3 de octubre de 2008

¿Y SERÁ TODO NEGRO SIN PETRÓLEO?


El otro día surgió el tema en el trabajo, y caí de bruces, one more time, en una reflexión que me inquieta desde hace tiempo.

Se supone que estamos en alerta roja en lo que a reservas de petróleo se refiere. Lo que más preocupa a la gente es la cuestión de quedarnos sin esa energía que proporciona el combustible fósil por antonomasia. Los depósitos de nuestros coches se quedarán hambrientos de gasolina, e incluso la propia bombilla del dormitorio se resentirá.

Todo eso es jodido, pero es de dominio público que las grandes compañías petroleras han ido comprando las patentes más efectivas en lo tocante a energías renovables y/o alternativas. Energía solar, automóviles eléctricos, maravillas eólicas...

Cuando esas corporaciones todopoderosas expriman la última gota de oro negro, empezarán a sacar tecnologías basadas en otras fuentes de energía, probablemente más limpias e inagotables que el petróleo.

Será jodido, porque habrá que cambiar la infraestructura del planeta, y es probable que la gente más pobre no se podrá permitir cambiar de coche de la noche a la mañana, por poner uno de los ejemplos más obvios.

Pero hay otra cuestión de la que casi nadie habla, y que a mí me produce escalofríos:

Cuando se acabe el petróleo, se acabará el plástico.

¿Se dan cuenta de lo que eso significa?

Adiós a los bolis bic y los rotuladores pilot, adiós a las muñecas barbies, adiós a las bolsas de basura, adiós a las carcasas de los móviles, las consolas de videojuegos, los propios cartuchos de los juegos, adiós a las gominolas, y a los paquetes en que vienen envasadas, adiós al bote del champú, y a la cortina de la ducha, y adiós al tubo de la pasta de dientes, adiós a los mecheros baratos que perdemos y robamos con tanta facilidad, adiós a las carátulas de los CDs, adiós a los chubasqueros impermeables, adiós al dni plastificado, y a las dentaduras postizas, y a los cubiertos (presuntamente inofensivos) de los aviones, adiós a los gi-joe y a los masters del universo, adiós a tantas, tantísimas cosas...

A veces no somos del todo conscientes de hasta qué punto depende del plástico nuestro estilo de vida.

Por supuesto que encontrarán maneras de sustituir al plástico en nuestra vida cotidiana. El ser humano pasó varios milenios viviendo sin plástico, y no se hundió el mundo (si hay algún atlante leyendo esto, puede discrepar). Algún lumbreras inventará otro material, o volveremos a los viejos tiempos, y vaciaremos las entrañas del planeta de metales y minerales... rasuraremos las mejillas de este mundo hasta que no quede un solo árbol.

Pero, de un modo u otro, será jodido... Un mundo sin plástico... ¡joder!

Mi momento de mayor alarma llegó al pensar que desaparecerían los condones. Afortunadamente, mis compañeros de curro me recordaron que el látex procede del caucho.

Retomar esta clase de reflexiones me ha traído a la memoria este relato que escribí hace dos años.