sábado, 21 de junio de 2014

LA ESCRITURA Y EL MIEDO




Cada escritor aborda el proceso de escritura de una forma distinta pero, a riesgo de resultar reduccionista, podemos dividir a todos los escritores del planeta en dos grandes grupos:

LOS QUE CONFÍAN EN REGLAS:

Herederos del positivismo, la Edad de la Razón, el Arte que capitula ante la Ciencia, ante las normas, ante una especie de ingeniería conceptual... Mc Kee, Syd Field, Snyder, Truby...

Tienen fe ciega en la receta. La narrativa consiste en estructura, estructura y - por último, pero no menos importante - ESTRUCTURA.

Escaletas, puntos de giro, actos, que pase algo en la página 23 y en la 50 y que el protagonista tenga un arco. Ir de viaje siguiendo las rutas trazadas en el mapa, atendiendo a las recomendaciones del Trip Advisor.

Si eres un niño bueno, si haces bien los deberes... ¡no te preocupes! ¡Tu historia funcionará!

LOS QUE RENIEGAN DE LA NORMA:

Los descreídos, los cínicos, los que llevan demasiadas páginas conduciendo por todo tipo de carreteras, principales o secundarias. Su único manual es el campo de batalla, la dinámica de ensayo y error, ensayo y error, ensayo y error... Y con cada error, un nuevo litro de bilis que añadir a su derrotista concepción del mundo.

Las historias son fósiles de criaturas extrañas, criaturas más antiguas que nosotros mismos, criaturas que descubrimos cuando excavamos en nuestros inconscientes (por usar el símil de mi querido Stephen King).

Contra cada manual esgrimido por el primer grupo, los individuos de este segundo grupo contrarrestan con pruebas empíricas de que la realidad es más compleja que las páginas, de que los caprichos del público son impredecibles. Ninguna de las recetas que intentamos patentar ofrece garantías de nada. La diferencia entre un éxito abrumador y un fracaso estrepitoso responde a factores inescrutables, imprevisibles, imponderables.

¿QUÉ TIENEN EN COMÚN AMBAS POSTURAS?

He intentado resumir las dos visiones imperantes en el mundillo de la escritura, o incluso en el mundillo de la creación artística en general.

Te insultaría, amigo lector, si diese por hecho que perteneces de forma exclusiva a uno de estos dos extremos. Los seres humanos no somos criaturas tan simples... tan binarias para adscribirnos exclusivamente a un polo u otro, pero la mayoría de nosotros estamos más cerca de uno de esos puntos de vista, aunque usemos ingredientes del opuesto para matizar y enriquecer nuestros argumentos.

No obstante, ambos posicionamientos comparten un ingrediente común:

EL MIEDO.

Creo que la mayoría de nosotros nos precipitamos hacia un hemisferio u otro según la clase de cosas con las que rima nuestro miedo.

En el fondo se trata de una versión moderna del antiguo paradigma de: religiosos versus existencialistas:

Los de las normas temen la incertidumbre: miedo a que dos más dos no sean igual a cuatro, miedo a ser un niño bueno y que ello no implique recompensa alguna, miedo a que el concepto de Justicia no trascienda la frágil arbitrariedad del pensamiento humano.

Los creadores anarquistas tienen miedo a asumir responsabilidades, a que exista un baremo objetivo para dictaminar cuándo hacemos algo bien o cuándo hacemos algo mal, a descubrir que lo más importante para nosotros como individuo puede resultar irrelevante para nosotros como especie.

Se trata del MIEDO canalizado en dos direcciones distintas, pero el mismo MIEDO a fin de cuentas.

Y digo yo (que a lo mejor ni siquiera soy yo quién para decirlo) que basta ya de miedos y de egos...

... que a lo mejor los que se rigen por normas y por métodos no son menos "artistas" que quienes curran de manera anárquica...

... ni los que reniegan de esos métodos son necesarialmente menos "profesionales"...

... que a lo mejor nos preocupamos demasiado por cómo preferimos trabajar nosotros y demasiado poco por cómo cada historia necesita que la trabajemos a ella...

... que a lo mejor ni siquiera es conveniente abordar todas las historias con las mismas técnicas...

... que a lo mejor existen infinitas escalas de grises entre la señora de Cuenca y el gafapasta de los Renoir...

... que a lo mejor ambos extremos son igual de útiles, igual de interesantes...

... que a lo mejor todo esto era más divertido y más fructífero cuando nos zambullíamos en el folio y el teclado con pasión gamberra...

... que a lo mejor ambos extremos están interconectados, y al mismo tiempo ensombrecidos por ese tabique que los une y los separa:

El MIEDO.

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